En el ámbito de la Universidad Nacional de Villa María

Una red para proteger la salud mental de los estudiantes

La felicidad de vivir no es equivalente a vivir feliz, sino que se acerca a la posibilidad de alcanzar la satisfacción aun en el reconocimiento de que indefectiblemente vivimos sin garantías

Escriben

Camila Díaz Redondo - Lic. en Psicología - MP 11716

Natalia Morandi - Lic. en Psicología - MP 5218

La locura de cada uno”.

En ocasión de la reciente conmemoración del Día Mundial de la Salud Mental, y ante la preocupación de estudiantes de la Universidad local respecto a situaciones vinculadas a la salud mental que muchos estudiantes estaban vivenciando, se realizó un encuentro entre referentes de las agrupaciones estudiantiles de la casa de estudios con la Secretaría de Bienestar para concretar una red de cuidados “que fortalezca y proteja nuestra salud mental”, según expresaron los alumnos.

Las inquietudes giraron en torno a: ¿de qué hablamos cuando hablamos de salud mental?, ¿cuándo estamos delante de una problemática de salud mental?, ¿qué acciones tomar?.

“La salud mental -expresaron- es un asunto de todos. Es necesario dilucidar qué se entiende por tal noción en cada época. La salud mental en tiempos de pandemia nos vuelve locos a todos. Podemos decir que en la actualidad asistimos a una exteriorización de cierto malestar bastante generalizado, por el modo en que la pandemia por COVID-19, el consiguiente distanciamiento social, la crisis económica y social consecuente, atraviesan la vida, y con ello los cuerpos y subjetividades de todos y cada uno de nosotros, sin excepción”.

En 2019 visitó la ciudad Emilio Vaschetto, psiquiatra y psicoanalista, en ocasión de la presentación de su libro “Ser loco sin estar loco”. Vaschetto sostiene que “la locura nos concierne a todos”; del mismo modo es posible extender la afirmación “la salud mental es un asunto de todos”. El autor invita a pensar la salud mental desde la locura, sosteniendo la pregunta a la inversa, ¿cómo es que no estamos todos locos?, decir qué es la locura no es lo difícil, sino que lo realmente complejo es pensar cómo es que no estamos todos locos.

En el siglo XVIII la locura era considerada un desorden mental que se debía controlar con el encierro; con el advenimiento de la clínica psiquiátrica el loco se convierte en objeto del saber médico, desde cuyo método, la observación, describe y clasifica.

A partir de este descubrimiento, en el siglo siguiente la locura pasa a ser considerada una enfermedad mental, que debe ser tratada, estudiada su evolución y las posibles causas; localizándose en su génesis hasta ese momento con exclusividad a causas orgánicas. En aquellos tiempos la locura se encontraba asociada a lo patológico. Desde la clínica la locura le concierne al psicótico, al esquizofrénico. Desde el psicoanálisis, Sigmund Freud planteaba: “Desde que el sujeto se interroga por el sentido de la vida, está enfermo”; no de cualquier enfermedad, sino enfermo al nivel de lo que se llama deseo. Jacques Lacan, por su parte, sostiene que estamos enfermos de lenguaje; el lenguaje nos parasita en tanto nos preexiste. Nacemos en un mundo de lenguaje, somos incluso hablados desde antes de nacer, y esas palabras, esos significantes con los que el Otro social (materno, paterno) nos define, nos nombra, muerden el cuerpo instaurando un modo de gozar (goce que abarca satisfacción y sufrimiento también); ello nos marca, nos determina de una u otra manera -algo con lo cual cada uno tendrá que hacer luego, en la vida-.

Al decir de Vaschetto, “el lenguaje lo hace todo, desde enloquecernos hasta deshacernos de nuestros padecimientos, desde soñar hasta imaginar, hacer vibrar las palabras en el amor hasta congelarlas en el odio”.

Hoy asistimos al desarrollo de la concepción del hombre despojado de sus cualidades, reducido a la cifra. La ideología de la evaluación empieza a aplicarse hace varias décadas, cuantificando el rendimiento -en el trabajo, por ejemplo- en función del par costo/beneficio.

Es así cómo el hombre objetivado es susceptible de transformarse en mercancía, para ser medido, y cuantificado. Esta ideología del hombre económico se impone descaradamente en todos, para mayor eficacia y máxima eficiencia.

La promoción de la salud en la actualidad impone una exigencia sin límites, el máximo de salud y placer para todos y por todos los medios disponibles. De este modo se configuran nuevas y amplias clasificaciones: depresión, ansiedad, ataques de pánico, bipolaridad, déficit de atención, entre otras.

La salud mental es un derecho humano fundamental, reconocido incluso por la Organización Mundial de la Salud en la definición que da del concepto de salud, considerando a esta última un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no la simple ausencia de enfermedad.

Desde el psicoanálisis se plantea una apuesta no tan ambiciosa, en tanto se piensa que la completitud es un estado imposible de alcanzar, puesto que siempre va a haber algo que se escapa, que falla, que cojea. Se podría decir más bien que la felicidad de vivir no es equivalente a vivir feliz, sino que se acerca a la posibilidad de alcanzar la satisfacción aun en el reconocimiento de que indefectiblemente vivimos sin garantías.

En los tiempos de nuestra modernidad, imaginar un “estado de completo bienestar físico y mental y social” nos lleva a considerar la necesidad de la locura en la salud mental. Es decir, es en este punto donde se sitúa que hay algo de locura en la salud mental y que no hay salud mental sin locura.

La ansiedad, los ataques de pánico, la depresión, el déficit de atención, entre otros, son nombres que la época ofrece para identificarse; desde el discurso analítico eso no dice nada del sufrimiento singular del sujeto. Al respecto, el psicoanálisis es una práctica de la palabra y su orientación por lo singular. Posibilita alojar las subjetividades una a una, acompañando a la invención singular de saber hacer con la locura de cada uno.

 

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