Titanes en el Anfi

Por Chico Berto

 

Yo no sé si ustedes tenían conocimiento de que el personaje de la Momia Blanca fue interpretado por Juan Enrique Dos Santos desde 1972 hasta 1975 y por Juan Manuel Figueroa desde 1975 a 1988. Ahí les dejo el dato para que vayan teniendo. Porque los domingos por la mañana yo era fanático del TC y quería que ganaran siempre los hermanos Dante y Torcuato Emiliozzi. Y a la tarde era hincha de fútbol y quería que ganara River por los hermanos Daniel y Ermindo Onega. Pero al mediodía, al mediodía yo era televidente y quería que sobre el ring se impusieran la Momia Blanca y la Momia Negra, aunque no sabía exactamente si eran hermanas o no. Cosas de chico.

Las momias tenían un punto débil, pero solamente Martín Karadagián lo conocía. O sea que me daban más alegrías que tristezas, como me ocurría con mis ídolos en el automovilismo y en la pasión de multitudes, que decía José María Muñoz en la Oral Deportiva de Edmundo Campagnale.

Lo cierto es que un día se anunció que llegaría Titanes en el Ring a Villa María y en casa empezamos a hacer buena letra porque no podíamos faltar: ellos almorzaban con nosotros los domingos, nuestra familia ya era parte de la troupe. Y, bueno, se dio. Mi viejo juntó la guita y allá fuimos (al Anfiteatro, digo).

Nada de techo en el coliseo mayor de la ciudad. Sobre aquella lengua larga que penetraba entre las butacas se colocó el ring. Y los reflectores iluminaron a Pepino el Payaso, Yolanka, el Caballero Rojo (ya todos saben que después el Beto se metió a la política), el Armenio Ararat, Benito Durante, David el Pastor, el Cavernario, el Gitano Ivanoff, el Súper Pibe, Hippie Hair, la Momia Blanca, Rubén Peucelle, el Hombre de la Barra de Hielo y… el gran Martín Karadagián, campeón del mundo.

Estuvimos extasiados toda la noche. En la tercera fila, me parece.

Hasta que llegó el último match en el que, precisamente, luchaba Martín contra no me acuerdo quién. Porque lo que me quedó más grabado de aquella noche comenzó en el instante preciso en el que alguien desde más atrás gritó fuerte: “Payaso”.

El campeón del mundo dejó de apretarle el cuello a quien tenía debajo suyo, alzó las manos pidiendo silencio inclusive al locutor y, dirigiendo la mirada hacia el sector desde donde provino la afrenta, dijo algo así como: “Sí. Eso es lo que somos. Somos ni más ni menos que payasos. Y viajamos por todo el país para divertir a los niños. Sepa usted que si nos quiso insultar, acaba de hacernos el mayor halago”…

Los niños no entendimos muy bien todo aquello. Pero ahora, con la perspectiva que dan los años, me pongo de pie y lo aplaudo en esta página ante todo el público que se dio cita en el Anfi.

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