Entrevista - Marcar la diferencia

La cianotipia y el elogio del error

Enrique Martínez dictará un taller sobre un procedimiento fotográfico que apareció a mediados del siglo?XIX. Contó detalles y dijo por qué, en la actualidad, nuevamente se está regresando a esta técnica

Escribe: Franco Gerarduzzi

Es el mediodía del viernes 27 de enero, llueve, y Enrique Martínez, villamariense de 44 años que vive del diseño de páginas web, atiende su celular: en algunos minutos hablará de cianotipia, pero antes -ahora- habla de fotografía, de «técnicas ancianas», y lo hace sin demasiadas precisiones: por ejemplo, cuenta que la mayoría de los descubrimientos fueron hechos por científicos que experimentaron con diferentes productos químicos y que la fotografía representó, en un primer momento, una posibilidad para que la gente con dinero -principalmente- se retratara.

“Pensá que hacer un cuadro llevaba días o semanas”, dice.

De lo que habla es de tiempo: de aquella búsqueda que había por lograr registros más veloces.

Entonces, hubo hombres -científicos- que probaron: y esta historia comienza, entonces, a principios del siglo XIX.

Uno era francés, se llamaba Joseph Nicéphore Niépce y era, además de físico y litógrafo, un científico aficionado. Su nombre se asocia a la foto más antigua que se conserva: “Point de vue du Gras” (“Vista desde la ventana en Le Gras”, en castellano), un heliograbado exhibido en el Harry Ransom Humanities Research Center, en la Universidad de Texas, en Austin.

Con una cámara oscura enfocada en una placa de peltre de 20 × 25 centímetros, tratada con betún de Judea, capturó la imagen (que muestra edificios a los costados de la ventana). No fue fácil: para obtenerla, pasaron ocho horas de exposición.

No se podía esperar tanto y Niépce decidió buscarse compañía. Junto a Louis Daguerre intentaron con compuestos de plata: se basaron en un estudio previo del alemán Johann Heinrich Schulze, de 1816, que mostraba que una mezcla de plata y tiza se oscurecía con la exposición a la luz.

“La obra, antes de entrar al agua, es de tono gris, y a medida que se van lavando, diluyendo las sales, se transforma en color azul”, dijo acerca de una de las últimas etapas de la cianotipia.

Con la muerte de Niépce  en 1833, Daguerre siguió solo y en 1837 lo consiguió: dos años después, en París, en la Academia de Ciencias de Francia, anunció lo que nombró “daguerrotipo”. Una síntesis prieta sobre su funcionamiento diría lo siguiente: se recubre una placa de cobre  con yoduro de plata y se expone a la luz en una cámara. Luego, se le aplica vapor de mercurio y se fija la imagen con una solución de sal común.

En 1840, con el británico William Henry Fox Talbot  se conoció un sistema negativo-positivo: el calotipo.  Y funcionaba así:?se trataba un papel con nitrato de plata y yoduro de potasio, se lo exponía a la luz entre uno y cinco minutos, y se lograba una imagen poco visible. Cuando se secaba (negativo) se revelaba con la misma mezcla y se fijaba con hiposulfito de sodio. Por último, el negativo se bañaba en cera derretida para obtener el positivo.

El químico John Herschel, también astrónomo, es el que empieza a hablar de los negativos y positivos de las fotos: es el que inventa, en 1842, la cianotipia, palabra que Enrique Martínez pronuncia, cada vez, acentuándola en la última “i” -cianotipía-.

“Entre los materiales porosos que se pueden sensibilizar, el papel de acuarela de 300 gramos es el que da mejores resultados”.

Licenciado de la carrera que en su momento se denominaba “Diseño y Producción de Imagen” de la Universidad Nacional de Villa María (actualmente, “Diseño y Producción Audiovisual”), cuando explica el procedimiento, Martínez lo hace con destreza, preciso, cómodo. Incluso, cuando propone contar “algo interesante”, frena de pronto, hace silencio y dice: “Hasta ahí, no voy a seguir complicando las cosas”.

Se mezclan dos sales de hierro -ferricianuro de potasio (insiste en no confundir con ferrocianuro) y citrato de amonio férrico verde- y se sensibiliza cualquier material poroso, primero. El papel de acuarela, el de 300 gramos, es el que da mejor resultados. Se puede en tela, también. Se puede, inclusive, en tela, cerámica, o vidrio. Sin embargo, al no ser porosos, hay que hacerles un tratamiento previo.

El formato puede ser grande o pequeño.

Después de sensibilizar el papel, se le puede pasar un pincel con la mezcla o sumergirlo, y se lo deja secar, por lo menos, durante ocho horas en un lugar oscuro, porque, si no, las sales reaccionan al sol.

Cuando está seco, se busca un negativo o un objeto traslúcido para representarlo en el papel: el papel sensibilizado, remarca, tiene que ser del mismo tamaño del que se va a reproducir.

Martínez explicó que “durante el proceso existen tantos momentos y la persona interviene tanto que eso vuelve único cada trabajo”.

Después se adhieren. “Se utilizan dos vidrios con pinzas o una contactera, más profesional: lo que hace es que no haya ninguna separación entre el negativo y el papel sensibilizado porque, si no, no se va a ver nítido”, dice.

De ahí, al sol o a una insoladora con luz UV -ultravioleta-, para que reaccionen las sales. Y depende: de la época del año, de la hora del día, o si es el sol de verano o el de invierno. “Se hacen tiras de prueba: distintos tiempos de exposición para descubrir el ideal”, dice.

 Luego, se lleva la obra, otra vez, a un lugar oscuro y se la sumerge en una bandeja con agua: “La obra, antes de entrar al agua, es de tono gris, y a medida que se van lavando, diluyendo las sales, se transforma en color azul”, comenta.

Se esperan cinco minutos. Se la vuelve a lavar, se la cuelga durante veinticuatro horas y listo.

Seca, definitiva. Nunca única.

Jamás igual.

Eso, dice él, es lo que tiene este proceso: que hay tantas instancias, que interviene tanto el hombre, que por más que se use un mismo negativo o una misma hoja o un mismo pincel (cada brochazo puede ser tan diferente en cada uno), la obra no será la misma en ningún caso. En ninguno.

Parecía que la fotografía digital se “iba a llevar todo puesto”. Pero hubo gente que no encontró resultados porque la imagen, “tan perfectita”, dice Martínez, perdía su huella, su diferencia.

Tan dueño de esa idea, de eso que él llama con una determinación y claridad inapelable, habla de la cianotipia como un “elogio al error”.

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