Metrópoli: la megadisco más imponente

En 1993, en la esquina de Santa Fe y bulevar Italia, emergería la superficie de música y diversión más importante de la ciudad donde se llegaría a albergar a más de cuatro mil personas en una noche
domingo, 10 de noviembre de 2019 · 15:10

Metrópoli. El buscacielo. Años 90. Uno a uno. No los voy a defraudar. Montaña rusa. La banda del Golden Rocket. Amigovios. Videomatch. Abarajame en la bañera, nena. Casa Tía. El túnel de las vías. Los Toma Soda. Arroz con leche en Radio Centro. Mensaje grabado en Telecompacto Record. ¿Celular, Internet, Facebook, Instagram, qué?

Sábado a la noche. Caminata tipo procesión en patota de amigos hasta bulevar Italia y Santa Fe. Al frente, en el quiosco, había que pedir unos chicles de menta. Con 20 pesos eras Gardel (la entrada costaba 10, pero con descuento valía un poco menos). Chombita en los hombros y la misma remera y pantalón del sábado pasado del sábado pasado del sábado pasado. Eramos tan pobres.

Escalinata en ascenso, pasarela. Puerta grande. Humo, mucho humo. Pantalla gigante. Backstreet Boys haciendo la coreo como Thriller de “Everyyyyybooody...”. Molotov y “Gimme the power”. Escaleras, escalones. Barra lateral. Piña colada con durazno. Con 10 pesos adentro eras Gardel.

Codo apoyado en la barra. Relojeo. Las chicas con polleras tímidas hasta la rodilla en un rincón. Arriba de los bafles, extasiados, los dancers. ¡¡¡Alaaaaaaarmaaaaaa!!!! ¿Punchi punchi? ¿Electrónica? No, “marcha”. Pablo Beltrán en los controles. En el pecho, el latigazo de los parlantes. Tuc tuc tuc tuc. El dancer hace como que se le sale el corazón. Ahora se tira al piso. Hacen ronda alrededor. Aplaudimos. En un rato ponen al mango “El mono relojero” de Kapanga. Saltamos. Bailamos (solos). Eramos tan pavos.

En el reservado están los que no llevaron la misma remera y pantalón del sábado pasado del sábado pasado del sábado pasado. Ellos eran los verdaderos Gardel.

Vueltas. Arriba, abajo, de vuelta arriba. Sillones mullidos, cómodo y amplios mirando hacia la puerta vidriada de la terraza. Zzzzzzzzzz. Pibe, levantate que cierra. Seis de la mañana. Puerta, viento en la cara, algunos rayos de sol en el horizonte. Escalinata, larga, en descenso. No arranca un auto destartalado. A empujar, a empujar todos que llegamos a la estación Ramonda. Mejor nos quedamos. Una muzza grande calentita en la pizzería del lado. Ya nos gastamos toda la plata. Caminata en patota de vuelta a casa. Estamos más muertos que Gardel. Y Le Pera.

 

Una nueva era

Tras el franco declive de las discos del centro (Flop y Fancy), emergería la megadisco más portentosa que se haya instalado en la historia del entretenimiento nocturno villamariense. El 23 de diciembre de 1993 nacería formalmente la “mole” de cemento, música y diversión con la friolera de 4.200 personas en su interior, un récord que por poco no fue alcanzado durante la noche siguiente, en vísperas de Navidad, con 3.700 personas.

Uno de los testigos directos y protagonistas de aquel comienzo monumental fue el disc-jockey y animador radial Pablo Beltrán, quien no sólo pasaba música, sino que se encargaba de la presentación oficial y de las arengas frecuentes en micrófono y de hasta llevar y buscar las promociones radiales que se grababan en Córdoba.

Incluso, fue quien sugirió el nombre del imponente boliche. “Uno de los dueños le había pedido a su hija que estudiaba en el Rivadavia, que los compañeros le pasaran propuestas de nombres. Cuando se reunieron para revisarlas, me acuerdo que había un montón. La noche anterior yo había visto el videoclip ‘Radio Gaga’ que termina diciendo ‘Thanks to Metropolis’ (dado que está inspirado en la película homónima de Fritz Lang), y sugiero ese título sin la ese final. Metrópoli remite a una gran ciudad y Carlitos Hoffman, que en ese momento trabajaba junto a Julio “el Turco” Elhall en Relaciones Públicas y también hacía las publicidades, dice: ‘La ciudad de la música’, que luego quedaría como el eslogan”.

En los papeles, la sociedad responsable de la disco estaba compuesta por Roberto Fla, Primo Delfini (ambos propietarios de las salas de juegos Sass), y Deolinda Forsini, mujer de Jorge Castro (emprendedor oriundo de Mendoza y creador de Friend’s, sobre avenida Yrigoyen), quien en realidad operaba como el dueño en la práctica.

“Donde se construyó Metrópoli se iba a levantar la segunda Kabranca, una idea de Osvaldo Gascón y de Remo Salera que finalmente no prosperaría. La mole -que terminaría ocupando buena parte de la manzana hasta donde hoy funciona el comedor Tressen y la panadería El Molino- sería diseñada por el arquitecto Aldo Invernizzi (fallecido recientemente) y contaría con superestructuras prefabricadas de Astori, por las cuales tuvieron que cortar las calles para poder trasladar y colocar en el lugar”, rememora Beltrán.

El conductor del recordado programa radial “Arroz con leche” también tiene presente la cabina del disc-jockey casi flotando, para que el sonido se expanda de la mejor forma y no se genere acople, de los gigantescos cabezales móviles de luces de 70 kilos y casi un metro de altura y del láser que manipulaba el fallecido Jorge “Zurdo” Ferreyra, cuyo sistema se encendía a las 3 de la madrugada, en coincidencia con la presentación de la noche, y que necesitaba una refrigeración superior adecuada.

También apunta el primer tema que largó en la velada inaugural: “Era ‘What’s up’ de 4 Non Blondes en la versión de DJ Miko. Me acuerdo que había tanta gente, como un hormiguero, que a mí me temblaban las piernas”.

 

Primaba lo artesanal

“En ese momento todo seguía siendo muy artesanal. Imaginate que en la pantalla poníamos videoclips, pero con VHS. O sea que teníamos que tener anotado cuándo arrancaba el tema, puntear el video, verlo antes en un televisor de tubo y luego largarlo en la pantalla”, comenta.

En la primera época, junto a Beltrán y Ferreyra se sumaron Diego “Negro” Rivadera en operación de luces y Federico Roach en el sector de “lentos”. Tiempo después, en la cabina central se sucederían Tachi Bonansea, el propio Rivadera, Walter Chavarría y Sebastián “Peluche” Martín.

“Con el tiempo -subraya Beltrán-, algunos sectores se fueron corriendo o cerrando porque el público se fue mermando. En el primer año y medio se mantenía un nivel de tres mil personas, pero luego empezó a declinar. En un momento, los dueños también habían comprado Flop que primero siguió laburando los viernes y después se incluiría dentro de la megadisco”.

“Hay que tener en cuenta que en ese momento, boliches así de grandes no había en el interior de la provincia. Por eso se descolgaba gente no sólo de la región, sino de hasta Córdoba capital”, precisa.

Posteriormente, hubo cientos de veladas inolvidables para las retinas de los asistentes dichosos de juventud: como las fiestas de la espuma, del “mariposón”, las noches de las promociones estudiantiles, el homenaje al Potro Rodrigo y hasta juegos de las parejas que se tenían que dar el beso más largo para poder obtener premios.

La complejidad que implicaba mantener los costos de semejante estructura sumada a la aparición de nuevas competencias en el horizonte, como El Angel en la costanera y luego Coyote sobre avenida Colón, terminaron apagando el fuego “metropolitano”, en 2001. Sus puertas fueron reabiertas en dos oportunidades más, bajo el nombre de La Diosa y la Bestia y como Ocio, pero no prosperaron.

Bajo los escombros del edificio de departamentos con piletas denominado Metrópolis, que fuera inaugurado a principios de 2012, todavía se puede escuchar el eco lejano de una generación que disfrutó, saltó y bailó como nunca. 

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