En la 36ª edición - Las comparsas regionales recibieron sus premios

La fiesta incontenible de los cuerpos

Una multitud se acercó este sábado para disfrutar de la segunda noche de los Carnavales Gigantes. Una de las comparsas más esperadas fue Marí Marí de Gualeguaychú, Entre Ríos
domingo, 5 de febrero de 2023 · 07:59

A las 21, la luna, fulgente, colgaba del cielo como una lámpara nueva. Hacían 23 grados y la noche se abría exquisita, sin viento.

Por Marcos Juárez, entre avenida Patria y 5 de Julio, los autos iban y venían: unos, tal vez, hacia Villa María, al Recorrido Peñero; otros, quizás, hacia la segunda noche de los Carnavales Gigantes; tantos más -hacia una u otra Villa-, solo a sus casas, a cenar, a ver una serie, a dormir.

Por calle 31 de Octubre, llegando a la esquina con Rivadavia, el camión regador parecía haber pasado  hacía minutos: alrededor de la rotonda por la que se ingresa a la avenida Oscar “Coco” Cáceres había barro, pequeños charcos que la gente cruzaba sin mayor problema.

En el Parque Hipólito Yrigoyen, las luces blancas del cantero central de la avenida descubrían, metros más adelante, el Corsódromo con los foodtrucks ya preparados, sobre los que pendían focos amarillos y rojos, y con la gente que no es la misma gente de un viernes o que, por lo menos, no era la de este viernes: era la gente que entiende que los sábados no se entiende: que se arroja, que se deja, que no pide permiso.

 A un costado del Corsódromo, bajo los árboles, en dos carpas pequeñas y repletas de bolsos y ropa, se comenzaba a preparar una de las comparsas más esperadas: Marí Marí -del Club Central Entrerriano- de Gualeguaychú, Entre Ríos, que llegó ayer a eso de las 9 de la mañana.

Un hombre pelado, alto, de unos 40 años, con lentes, ropa deportiva, unos brazos que se fabrican en gimnasios y mucho apuro, encargado de los contratos de la comparsa, no paraba de atender el teléfono, de escuchar audios. Cuando cortaba, se acercaba y me decía: “Sí, ¿en qué estábamos?”. Y me contaba que el municipio de Villa?Nueva los contrató hace unas dos semanas porque esto es “minuto a minuto”, que recién se estaban maquillando porque saldrían entre la 1.30 y las 2 de la madrugada, que de acá se van a otros pueblos de la zona y esperame un segundito ya vengo.

Mientras, una mujer de treinta y pico, con unos rulos afros inverosímiles, movía el pecho y se grababa, supongo que para las redes, con el celular. Ella es una brasileña que, más tarde, me contaría -con un español tierno, claro- que hace diez años que vive en el país y siete que está en Marí Marí como pasista y era casi obvio cuando la vi vestida para el carnaval; un corpiño dorado ajustado que le levantaba los pechos en balcón, una tanga del mismo color y abalorios de madera y plástico: una morena pura carne que estaba lista para revolear en unas horas. 

En la carpa, dos mujeres y un hombre maquillaban: con pinceles, pintaban, minuciosos, caras y lo hacían con paciencia -con la entrega, con la dedicación- de una madre.

El pelado regresó, de pronto, y me presentó a otro hombre, más petiso: Ian, el coordinador de la puesta en escena. “Esta gente está loca. Veníamos en el colectivo y 'tucu tucu, tucu tucu'. No se hartan. Es una fiesta”, dijo.

Dijo que el equipo que llegó a la ciudad para presentarse es de 50 personas y que son bailarines profesionales. Hay, incluso, patinadoras y acróbatas (cuyo coordinador trabajó con el bailarín y director artístico Flavio Mendoza).

Las comparsas en Entre Ríos son de clubes, contó. Y en los clubes, dijo, hay tradición familiar. Por eso se baila: porque es sangre.

A poco más de cincuenta metros de las carpas de Marí Marí, hay colectivos y un camión.  Están a oscuras y apenas iluminados por la luz del sector de baños, un grupo de hombres con camisas celestes, floreadas, tocan sus instrumentos -redoblantes, zicuayos, tambores-.

“Estás pelotudeando. Te están esperando a vos”, le gritó un hombre apoyado en una pared,  un chico de no más de 15 que parecía distraído y que, con el grito, corrió adonde estaban los demás.

Llegaron desde Marcos Juárez y su música, eso que se oye, tiene cancha, vorágine: carácter.

  • Según información de la Policía, para anoche se esperaban unas 20 mil personas en el Parque Hipólito Yrigoyen. 

A las 22.15, por la avenida se caminaba lento, apretadito, hombro con hombro, a veces de costado, saltando por encima de los que estaban en la vereda con porciones de locro, choripanes, conos de papas, hamburguesas, tomando vino, cerveza.

Este viernes, dijo la Policía, hubo “más de quince mil personas”. Para ayer se esperaban más de veinte mil y un operativo, con 45 policías. Ayer había más, sí, pero ninguno de los días hubo tantos: de todos modos, qué importa, es carnaval y en eso consiste, en exagerar.

En el puesto sanitario, a cuyo lado estaba una unidad de bomberos voluntarios, una médica dijo que el viernes atendieron a varios: un caso de un hombre de 80 con hipoglucemia y otro de un hombre de 47 con parálisis facial que necesitaron traslados. Además, dijo, hubo una mujer con crisis de ansiedad y otra chica, de 16 años, bailarina de una comparsa, que se deshidrató: estuvo más de un día sin comer ni tomar nada. “Para que le entre la ropa”, me dijo que le contó la chica.

Tipo 22.40, los locutores se subieron al escenario para la apertura y, así, llegó el momento de las comparsas que, en este orden, se mostraron: Marcos Juárez, Monte Leña, Los Olmos, la comunidad boliviana, Sarmiento, Marí Marí y San Antonio.

También, las comparsas regionales recibieron sus premios.

Y, entonces, la segunda noche fue eso: una multitud desbocada, la gran fiesta de los cuerpos incontenibles.

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