La insoportable levedad del ser

Escribe: Nancy Musa
DE NUESTRA REDACCIÓN


Inestabilidad, ausencia de consensos, dependencia por deuda, codicia, desigualdad, han sido parte de nuestra historia económica. Nada es casualidad. Nada nos sorprende. “Solo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Solo la casualidad nos habla”, expresa Milan Kundera en su novela La insoportable levedad del ser.

El mito demencial del “eterno retorno” (definido por Friedrich Nietzsche) nos persigue desde la cuna.

Argentina es un país de tierras doradas. La doncella privilegiada con suelos fértiles; climas diversos, gran infraestructura industrial, buen nivel de escolarización, universidades gratuitas, científicos muy capacitados, una clase media trabajadora y uno de los países latinoamericanos con mayor índice de Desarrollo humano; repite por ciclos lo vivido. El eterno retorno que Nietzsche definió como la carga más pesada. La cruz que cargamos reiteradamente con pequeñas pausas de tiempo.

En 1820 el peso empezó a devaluarse.  El peso estaba ligado al oro, la salida masiva del metal provocó la quiebra de los bancos porteños en 1825. El primer presidente Bernardino Rivadavia tomó un empréstito, cuyo monto no llegó en su totalidad. Esa deuda no se usó para obras, se pagó ocho veces más de su capital, se fue pedaleando con nuevos créditos y así llevamos la cruz más de cien años hasta que Juan Domingo Perón cancelo todas las acreencias externas, durante su primera presidencia.

Rivadavia vendió tierras fiscales, devaluó la moneda, concentró tierras en manos de sus familias amigas, en su gestión hubo desabastecimiento, fuerte aumento de precios del pan y la carne, y el país entró en cesación de pagos.

Seguramente, les resulta conocida la película.

Fue una época de guerras internas, dependencia absoluta de Inglaterra, corrupción, endeudamiento, pago excesivo de comisiones por los empréstitos, contracción económica, burbuja financiera y pobreza. “Si es necesario, pagaremos la deuda con la sangre, el sudor y las lágrimas de los argentinos… pero pagaremos.” Frase del presidente Nicolás Avellaneda en 1877. Ruina, miseria, hambre, explotación de los trabajadores y endeudamiento.

Entre 1880 y 1930 hubo cuatro crisis graves. Un ciclo de 12 años promedio.

 

La pesada cruz

En 1930, Yrigoyen fue derrocado en medio de una grave crisis económica y social. Se inauguró un período de 13 años en el que ocuparon la presidencia, gracias al fraude electoral, el liberal Agustín P. Justo, el radical alvearista Roberto Marcelino Ortiz y el conservador Castillo. Esta etapa se caracterizó por la ausencia de la participación popular, la persecución a la oposición, la tortura a los detenidos políticos, la creciente dependencia económica del país y la proliferación de los negociados. El manejo discrecional de los presupuestos por parte del gobierno, fomentó la corrupción y los negociados, protagonistas de esta década. La mayoría de los negociados tenían su origen en el gobierno y sus funcionarios. (Fuente: el historiador.com.ar)

La década infame. Alta desocupación, villas miserias, fraude, evasión impositiva, corrupción, sobornos a funcionarios y comienzo de la industrialización. En 1933 la industria argentina era la mayor de Sudamérica.

 

La casualidad habló

A partir de 1943 el Estado ejerció un rol preponderante, surgió una fuerte clase media, la industria adquirió un rol importante, el mercado interno se convirtió en el motor del crecimiento y aparecieron las primeras leyes y convenios para los trabajadores impulsadas por Perón.

La casualidad habló en medio del silencio infame. En 1954 el PBI per cápita de Argentina solo era superado por los países desarrollados anglosajones poco afectados por la guerra: Estados Unidos, Australia, Reino Unido, Canadá y Nueva Zelanda.

Doce años de crecimiento, aumento del empleo, cancelación de la deuda externa, incremento exponencial del consumo, estatización de empresas de servicios, obras de saneamiento y de infraestructura, inversiones públicas y extranjeras, mejor distribución de los ingresos y el país era por primera vez acreedor.

Pero, volvió otra vez el mito del eterno retorno.

Al finalizar la Revolución Libertadora teníamos deuda externa, estábamos en default, teníamos déficit fiscal, la industria estaba desarticulada, se dependía de la exportación de carnes y granos en manos de grandes empresas extranjeras.

Seguramente, les resulta conocida la película.

Después vinieron años de golpes militares, deuda externa condicionante, medidas económicas de corte liberal, suspensión de convenios de trabajo, falta de protección a empresarios nacionales, inflación, fuga de capitales con pocos años de tranquilidad que, por cuestión de espacio, serán motivo para otra nota.

“Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada.” Párrafo de Milan Kundera en su novela La insoportable levedad del ser.

 

La carga más pesada

El mundo retrocedió noventa años. “La pandemia de COVID-19, según las estimaciones del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional causó la mayor recesión global desde la Gran Depresión en 1929.”

El actual gobierno, elegido democráticamente, recibió la carga más pesada. Mundo en recesión por el virus, deuda impagable en los plazos acordados, inflación alta, salarios depreciados, otros índices económicos desfavorables, guerra y, fundamentalmente, una oposición que nos remonta a los tiempos de unitarios y federales.

O a los tiempos de la recuperación de la democracia.  En 1983, con el fin de la dictadura, se planteó una pugna de poder entre liberales. Estos poderes llamados “reales” ejercieron presión a los gobiernos de Alfonsín, Menem y De la Rúa. Levantamientos “caras pintadas”, corridas cambiarias, privatización de los servicios y un sistema financiero liberal, que cayó con el estallido de 2001.

Los golpes económicos ya sin militares, con civiles poniendo la cara y el grito “que se vayan todos” que aplaudieron desde sus cuevas. La consigna: destruir los políticos y remplazarlos por gerentes o CEOS.

Cuando tenían el paquete cerrado, con el peronismo y el radicalismo divididos, la casualidad hizo su aparición por segunda vez. Apareció un “tapado” llamado Néstor, llegado desde el fin del mundo. Juntó parte del peronismo, del radicalismo, del socialismo y aprovechó el contexto para dejar contentos a todos los sectores por un tiempo.

Salió a escena el kirchnerismo y duró 12 años. El número que se repite. Y obvio sembraron la semilla del antikirchnerismo para mejorar la del antiperonismo.

Lo lograron. En 2015 volvieron a manejar los hilos, pero la política ganó otra vez.

 

La base de la pirámide

Estamos nuevamente repitiendo lo vivido. Y a esta altura del partido los políticos tienen la responsabilidad de unirse y no cometer los mismos errores del pasado. Si no lo hacen, se los llevan puestos, empaquetados y con moño.

La pirámide de la estructura política argentina es numerosa. El gobierno nacional no puede ir a la batalla solo. Tenemos 23 gobernadores y un jefe de Gobierno. Existen más de 2.400 municipios y comunas. Hay 1.199 legisladores provinciales. El país cuenta con 67 partidos políticos de orden nacional y unos 700 partidos de orden distrital.

Si sumamos, los soldados son muy superior en número a los desestabilizadores del gobierno democrático.

¿Qué hacen los más de 2.400 intendentes para controlar los aumentos de precios en sus ciudades?

¿Qué hacen los gobernadores para defender a su pueblo, qué hacen los legisladores provinciales y los 329 nacionales con sus respectivos asesores?

A la luz de los acontecimientos, la mayoría juega al Antón Pirulero y atiende su juego.

Es más cómodo echarle la culpa al presidente Alberto Fernández, o a la vicepresidenta Cristina Fernández, o al exministro Martín Guzmán, porque se fue, y a la ministra Silvina Batakis porque vino.

Es hora que se dejen de joder. Otra de Kundera: “Un drama vital siempre puede expresarse mediante una metáfora referida al peso. Decimos que sobre la persona cae el peso de los acontecimientos. La persona soporta esa carga o no la soporta, cae bajo su peso, gana o pierde.”

Acá se gana o se pierde y la carga es muy pesada para una persona. Pero, mucho más liviana si todos los que tienen vocación política y democrática se juntan de una buena vez.

Los intendentes son una pieza clave. Córdoba es la provincia que más intendentes tiene (428), seguida por Santa Fe (363), Entre Ríos (259), Buenos Aires (134) y Tucumán (112).

El Partido Justicialista y el Radical son los más fuertes lejos por la cantidad de afiliados y por historia.

Si los políticos actúan como verdaderos representantes del pueblo, tenemos una luz de esperanza para ganar la batalla.

“Aquel que quiere permanentemente llegar más alto tiene que contar con que algún día le invadirá el vértigo.” Milan Kundera.

Si pueden controlar la insoportable levedad del ser o del no ser y no los invade el vértigo, tal vez tenemos futuro y dejemos para siempre el mito demencial del eterno retorno.

Tal vez, hay esperanza.

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