Es la historia de un amor

La mayoría de las fotos o videos de Kamila Franco casi no tienen filtro para embellecer o aparentar. Sus videos son tomas de cámara en mano capturadas por su novio, registros en movimiento y entregados al descuido de la imagen, a la pura verdad.

Kamila Franco pareciera no poder creer haber llegado al Canal 20 de Villa María, Córdoba. Tiene 21 años y una sonrisa demasiado real. Es influencer de TikTok, y es villamariense también. La emisión del matutino Mañana D20 es de agosto del 2021 y la tiene a ella como la flamante invitada. Sus seguidores la conocen como Kami y ahí está, en el piso del programa que se emite temprano y en vivo. Con el dedo índice en alto, cuenta que acaba de pasar los 50 mil seguidores en sus redes y que está muy contenta. Nada en ella parece protocolo, esa afirmación de felicidad es un sello. Aunque en las redes o en la televisión no sea lo más frecuente, Kamila luce como alguien que dice la verdad.

Dos periodistas que parecen adolescentes que dejaron hace poco el acné sostienen micrófonos e inventan preguntas para Kami, que los mira chocha desde su silla. Ella cuenta que empezó a usar Tik Tok en el 2019, antes de la pandemia, y que en el encierro su contenido creció como si tuviera vida propia. La periodista quiere saber en qué se inspira la influencer para hacer sus videos, por qué los hace o cómo no se cansa. Ella responde que lo importante es ser ella misma y sobre todo poder conversar con la gente, poder abrir ese canal para dialogar con extraños, a ella le parece una aventura permanente. Cuenta que la semana pasada tenía mucha fruta en su casa y no sabía qué hacer con todo eso, entonces sus seguidores le aconsejaron hacer un budín de naranja y les hizo caso. En pantalla ahora vemos un video de Kamila en su cocina, cortando pollo y carne en una tabla de madera. Ella se mira a sí misma y con cierto orgullo relata: por ejemplo, ahí estaba yo haciendo fajitas. Los conductores del programa abren los ojos con esa sorpresa de quien no termina de entender el fenómeno. Es que eso pasa con los fenómenos. Eso del carisma existe y a veces pareciera estar adherido a un ADN sin muchas más explicaciones. Todo esto bien podría ser la explicación universal de un influencer, pero a mí entender, acá pasa otra cosa.

Quien siempre filma a Kamila es Walter Supertino, más conocido como el Moneda, con quien tuvieron una beba a la que nombraron Roma. El Moneda es la voz en off de casi todos los videos de Kami, es algo así como un gran Mago de Oz o la pareja que acompaña sin avasallar. La protagonista es ella y él parece entender eso. En el piso del Canal 20,  Kami cuenta que con el Moneda miran Los Simpsons todas las noches antes de dormir. Que comparten eso, que a los dos les gusta mucho. La entrevista dura 15 minutos en total y hacia el final, los adolescentes invitan a Kamila Franco a formar parte del programa las mañanas de los jueves, comentando sus videos al aire. Ella, otra vez, no sale de su asombro. No quiere salir. Sigue sonriendo como si todavía le alcanzara la cara.

Kamila es magnética, tiene la imantación de una hermana, una prima, una amiga del colegio o alguien del pasado. Habla con una tonada cordobesa muy acentuada y reconocible. Camina por las calles que caminamos todos y posa en fotos con calzas, joggins o buzos Adidas. Cuando miro sus cuentas oficiales en Instagram y Tik Tok  me pregunto ¿dónde está el truco? ¿Qué nos hace irremediablemente parte de la vida de una veinteañera que pasea con su hija, baila en fiestas o toma sol al lado del río? El truco es, justamente, que no hay truco. La mayoría de las fotos o videos de Kamila Franco casi no tienen filtro para embellecer o aparentar. Sus videos son tomas de cámara en mano capturadas por su novio, registros en movimiento y entregados al descuido de la imagen, a la pura verdad. En esa imprevisión también hay un gesto que pareciera decir: cocinar en mi casa o mecer a mi bebé también es un hecho trascendente.

La enorme cantidad de seguidores de Kamila Franco está muy al tanto de todo lo que rodea a su beba Roma, saben perfectamente cuándo nació y si ya habla. A quién se parece y a quién no y qué costumbres prefiere para dormirse. Encuentro un eco claro con The Truman Show, la película de Peter Weir del año 98 en la que Jim Carrey era parte de un reality de su propia vida. La diferencia es que Truman no estaba enterado, no sabía que tenía un país a sus pies. Kami lo sabe con astucia: si es así, entonces habrá que aprovecharlo.

Algunos comentarios de sus seguidores varían siempre alrededor de lo que ella transmite, por ejemplo: Kami la verdad sos muy buena tiktoker y tu esposo también. Siempre me sacan una sonrisa ó Qué linda es, ojalá le vaya rebien. Humildad 100%. ¿Por qué le creemos más a Kamila Franco que a una figura archifamosa? ¿Cuál es la diferencia entre un Tik Tok de una joven cordobesa a uno de una cantante desde el gimnasio o de un conductor de televisión en sus vacaciones? Tal vez es justamente eso, que pareciera no haber premeditación. Se trata de encender la cámara del teléfono y que sea lo que sea. Cuanto más habitual y regular se vea una vida que se vuelve pública, más acompañados se van a sentir los seguidores. La tiktoker cordobesa puede ser, también, alguien inestable. Alguien que triunfa y que no. Alguien que no sabe lidiar bien con los comentarios excesivos de seguidores resentidos. Alguien que también habita este vaivén. Lo que se busca, al fin de cuentas, es la verdad.

Esta mañana elegí abrir Twitter en vez de Página 12 o DiarioAr.  Twitter finge una compañía un poco enfática y a veces hace bien. Mientras scrolleaba, encontré un video nuevo de Kamila Franco en lo que parecía un instante de increíble amor. Ella estaba al aire libre,  sentada al sol, sobre un mantel. Sostenía el teléfono que le bailaba en la mano, el video se movía y se movía. Nada de ese desorden molestaba. Kami, su sonrisa y su moño celeste  miraban a cámara. Contaba que hoy cumplían dos años de novios con El moneda y detrás suyo se lo podía ver a él, sosteniendo a una Roma diminuta y abrigada. El sol les pegaba en las espaldas y les daba un efecto que parecía prístino, un poco angelical. O tal vez fue mi apreciación, pero supongo que las redes solo contemplan eso.

Los dos sostenían unos choripanes en las manos que habían comprado en una rotisería cercana, hechos con unos panes blancos e inmensos. Kami apuntaba con la cámara al río, que estaba quieto ahí, cerca de sus pies. Los dos mandaban besos, mientras el sonido del audio se ensuciaba con el viento. Me imagino que cuando apagaron la cámara todo siguió igual. Terminaron sus choripanes y siguieron bromeándose uno al otro. Miraron al cielo y señalaron algún pájaro. No supieron cómo se llamaba. Después cerraron los ojos hasta que el sol les quemó los párpados.

 

Por Camila Fabbri

Publicado originalmente en La Agenda de Buenos Aires: laagenda.buenosaires.gob.ar/?contenido=25830-es-la-historia-de-un-amor

Comentarios