SU TAREA EN LA CIUDAD para descifrar las “claves” del pensamiento nacional

Hernández Arregui: cultura popular y arte político

El filósofo Juan José Hernández Arregui, quien vivió durante algunos años en Villa María, dejó huella en su labor como periodista, ensayista e historiador de las ideas. Al ser uno de los teóricos más importantes de la izquierda nacional durante la década del 60 y 70 del siglo XX

Antes de convertirse en uno de los pensadores nacionales más importantes de la segunda mitad del siglo XX en nuestro país, Juan José Hernández Arregui, por un tiempo, vivió en la ciudad Villa María. Por lo que sabemos, el filósofo que dio nombre a la calle de barrio Belgrano que hoy circula detrás del nuevo Hospital Pasteur, se trasladó en 1933 desde Buenos Aires a Villa María a instancias de su tío Juan Arregui. El mismo se desempeñaba como jefe de Policía regional durante la gestión de Amadeo Sabattini a cargo del Gobierno de la provincia.

Según cuenta el investigador local Jesús Chirino, fue en Villa María donde el filósofo “comenzó a trabajar para descifrar las claves de la historia del pensamiento argentino”. A poco tiempo de su llegada, Arregui puedo adaptarse a la vida de esta ciudad donde desarrolló tareas como periodista, escritor e intelectual. Muestras de ello son el ejercicio de una serie de funciones que llevó a cabo en la Biblioteca Bernardino Rivadavia donde pudo entablar un contacto cotidiano con los debates de la época a partir de los libros y las conversaciones con profesores y estudiantes, como así también, por el hecho de formar parte de la redacción del diario local Momento. A su vez, según nos cuenta Chirino, de su paso por Villa María datan una serie de escritos de alto valor especulativo que fueron publicados en la prensa local, entre ellos: “Las ideas sociológicas de Sarmiento” que vio la luz en el primer y único número de la revista Sarmiento dedicada al cincuentenario aniversario de su muerte, “Otro mito fascista destronado” y “Radiografía del fascismo” publicados en el diario local El Tiempo. Finalmente, se sabe que por aquellos años incursionó en la literatura, siendo empujado por sus amistades a publicar en 1935 “Siete notas extrañas”, un libro de relatos que obtuvo buenas críticas en los diarios La Nación, Noticias Gráficas y La Vanguardia.

Si bien las principales obras de Juan José Hernández Arregui vieron la luz recién a partir de los últimos años de la década del 50, es importante resaltar el relevante influjo recibido durante su estadía en la ciudad de Villa María. Principalmente por el clima de debate político-intelectual y de movilización social que había dejado tras de sí la reforma universitaria de 1918, pero a su vez, debido a la atmósfera de resistencia anti-imperialista y americanista que persistía en una Córdoba gobernada por el sublevado yrigoyenista Amadeo Sabattini. En este sentido, Arregui no solo no abandonó el radicalismo durante la “década infame”, sino que intensificó sus posturas ideológicas al acercarse a los jóvenes antialvearistas que integraron la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA).

Su vínculo con Ricardo Carpani

En “Imperialismo y cultura”, libro que apareció por primera vez en 1957, Hernández Arregui define a la cultura como un “estilo de vida que posee rasgos regionales o nacionales diversos articulados a valores intuidos como fruto del suelo mediante el nexo unificador de la lengua y experimentados como conciencia…”, a su vez, esta conciencia admite una “resistencia a presiones externas” como “continuidad histórica en el espacio y en el tiempo, afirmada en tendencias de defensa y en la voluntad de trascender fuera de sí”.  De esta definición se sigue que, una cultura es la condensación de un conjunto de elementos geográficos y lingüísticos compartidos por un grupo de personas como conciencia y destino común, que al mismo tiempo admite mecanismos de resistencia a imposiciones externas y formas de trascender su condición de particularidad. En este sentido, Arregui nos dice que la cultura es a la vez colectiva e individual, ya que garantiza una interacción constante entre el individuo y el grupo. Es gracias a esta interacción individual-colectiva y a la existencia de elementos material-espirituales unificadores de la vida del grupo, que algunos individuos -particularmente artistas e intelectuales- pueden crear las formas dinámicas y renovadas de la cultura que son luego asimiladas inconscientemente como valores colectivos. Al ser eminentemente ideológica, la actividad cultural admite tensiones en la manera en cómo se construyen los valores que regulan y unifican la vida de los individuos, dando lugar, por ejemplo, a distintas concepciones de arte: la de aquellos que buscan concebirlo como una forma autónoma y exquisita del espíritu, y la de otros, que buscan entenderlo como un producto interdependiente de las demás actividades sociales y que no puede escindirse de su intrínseca historicidad.

Al proponer un análisis del arte no a partir de una consideración estética, sino desde el punto de vista de una historia del arte, Arregui sostiene que es oportuno estudiar el desarrollo de las formas artísticas a través del tiempo como una averiguación estrechamente ligada a la sociología de la cultura. Para el autor, por su carácter social, el arte aloja una humanidad histórica que debe ser interpretada y expresada por el artista. El arte es, entre otras cosas, la manifestación cultural de una época y de una determinada sociedad histórica. En este sentido, afirmó que Ricardo Carpani fue uno de los pintores de su tiempo que con más soltura y lucidez se movió en dicho terreno, dado que, consideró al “fenómeno artístico como un hecho histórico nacional”. Al ser una figura importante dentro del Movimiento Espartaco, Carpani influenció considerablemente la definición de este grupo, que, a comienzos de la década del 60 del siglo XX, recibió una buena atención de la crítica. En su libro “Arte y revolución en América Latina” sostuvo que el arte es un producto social que va al ritmo del crecimiento histórico variable de un pueblo y que posee sus propias características geográficas, raciales, idiomáticas y culturales. Existe para Carpani, un carácter nacional de la producción artística que debe expresarse en la obra del artista como crítica a los procesos de colonización económica y política que tienen su complemento en el campo ideológico y artístico.

Tanto para Arregui como para Carpani, el arte nacional no implica necesariamente una cerrazón frente a Europa. Solo en la medida en que lo extranjero penetra y disuelve el patrimonio intransferible y colectivo de la propia cultura nacional, el arte es a su vez resistencia y asimilación. Frente a la actitud de los artistas que deciden consciente o inconscientemente dar la espalda a las necesidades y luchas del hombre latinoamericano con toda su significación social, el arte nacional implica una asimilación técnica que no lleva a una repetición servil, sino a la ampliación de las posibilidades creativas y el enriquecimiento de la técnica en relación al contenido. El contenido es el que da vida a las formas, siendo la imitación puramente formal un academicismo que se limita a un virtuosismo inexpresivo u onanismo estético que no crea.

Arte y política

En su paso por la provincia de Córdoba y su estadía en la ciudad Villa María, Juan José Hernández Arregui pudo entrar en contacto con un clima de debate político e intelectual que facilitó el desarrollo de sus ideas filosóficas. Su sólida formación cultural -que luego profundizó al cursar sus estudios de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Córdoba, donde obtuvo su doctorado- con el tiempo le permitió convertirse en uno de los intelectuales más importantes de la izquierda nacional en nuestro país.

De su vínculo con Carpani y las principales tesis del Movimiento Espartaco, se nos ofrece como legado una visión poderosa sobre la función del arte en la sociedad. Al concebir al arte como un instrumento de transformación social y como práctica ideológica que busca negar las formas de coloniaje artístico, ambos pensadores otorgan una definición de arte como actividad política anclada en la reivindicación de la experiencia histórica de las masas latinoamericanas que luchan por su liberación. 

A nuestro modo de ver, denunciar las formas contemporáneas de mercantilización artística comporta una premisa fundamental para aquellos intelectuales comprometidos con los problemas de su pueblo. De esta manera, realizar un recorrido por las distintas tendencias del arte nacional y latinoamericano permite allanar el camino en la comprensión de las formas institucionalizadas mediante las cuales el imperialismo y las clases dirigentes ejercen su poder de mando moral y político sobre toda la sociedad. Al instalar un sentido común que expresa valores muy alejados de la vida y la realidad de las masas, estas formas artísticas constituyen abstracciones inauténticas al servicio de estructuras de poder que reproducen la dominación cultural y el sojuzgamiento artístico de las expresiones populares.  

(*) Tesista de la Licenciatura en Filosofía en la Facultad de Filosofía y Humanidades (Universidad Nacional de Córdoba). Integrante de distintos equipos de investigación sobre Filosofía Antigua, Moderna y Contemporánea

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